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Los varones y la práctica del aborto

“El debate ideológico, político y ético (y la investigación empírica) en torno al aborto se ha(n) caracterizado por una omisión constante sobre el papel de los varones como actores y copartícipes”Guevara (2000).

Una de las perspectivas de investigación que ha adquirido cada vez mayor atención e importancia en el campo de la sexualidad y de la reproducción, se refiere a la dimensión “relacional”, que pone el acento en los diversos procesos de interacción entre los diversos actores y agentes sociales que inciden en dichos campos. Como parte de esta dimensión, la literatura producida en la región de los últimos años confirma el interés por indagar acerca del papel de los varones en tales procesos. Se busca con ello romper con el sesgo universalista de centrar el análisis y orientar las intervenciones exclusivamente en las mujeres y, por tanto, en la lógica individual que guía el proceso de decisiones y las prácticas en estos ámbitos.

Aunque el tema de la participación de los varones en el ámbito de la sexualidad y salud reproductiva ha emergido con gran fuerza en años recientes, tanto en los espacios académicos, como en los programáticos públicos y de la sociedad civil, son todavía muy insuficientes los estudios empíricos acerca de la presencia, participación o involucración de los varones en la experiencia de la interrupción voluntaria del embarazo. Tal situación es unánimemente constatada en la literatura actual sobre el tema. Ello obedece, como se ha constatado en los capítulos anteriores, a las limitaciones y complejidad de dimensiones, procesos, actores, ámbitos sociales e institucionales y circunstancias y realidades específicas que intervienen. Además, de las dificultades en la obtención de información sobre todo en contextos que se caracterizan por tener leyes sobre aborto restrictivas.

Los hallazgos de investigación coinciden en afirmar que la mujer es la principal protagonista de los efectos del aborto inducido: son las mujeres quienes se embarazan y abortan, quienes enfrentan y cargan con las consecuencias físicas, materiales, emocionales y familiares de interrumpir el embarazo, son quienes reciben casi exclusivamente las sanciones estipuladas por la legislación vigente, quienes mueren o sufren las secuelas físicas y mentales por haberse practicado un aborto en condiciones de higiene inadecuadas, quienes son estigmatizadas por la sociedad y quienes mayoritariamente no tienen el derecho a decidir libremente sobre su propia reproducción y a ejercer la sexualidad libre de riesgos.

Finalmente, son quienes se encuentran en condiciones de mayor vulnerabilidad social, además de estar mayormente expuestas a sufrir sanciones de tipo moral. No obstante, algunos estudios destacan que los varones, la “otra mitad significativa”, además de que son quienes embarazan a las mujeres, muchas veces participan, además de ser responsables, de la toma de decisiones respecto a la práctica del aborto, ya sea a nivel societal, familiar e individual. Son varones quienes, desde el ámbito público, inciden mayormente en distintos aspectos relacionados con la interrupción del embarazo.

Se trata de los legisladores y los encargados de la procuración de justicia los que dictan las leyes y establecen las condiciones y las regulaciones bajo las cuales se puede o no practicar el aborto; los médicos quienes, determinan los criterios y normas sanitarias al respecto, además de llevar a cabo tal práctica; los representantes de las religiones quienes dictan las sanciones, o en menor medida las anuencias morales y espirituales ante la interrupción voluntaria del embarazo. En el ámbito privado, los cónyuges, compañeros, novios o padres de la mujer obstaculizan o apoyan la realización de tal práctica.

Pero aún estando ausentes o siendo indiferentes, son quienes influyen directa o indirectamente en la decisión de la mujer de recurrir al aborto.
En este capítulo documentamos, por una parte, algunas de las reflexiones académicas en torno a la manera de abordar la problemática del aborto desde la perspectiva de los varones. Por la otra, presentamos hallazgos de algunas investigaciones empíricas acerca del papel que juegan los varones en la experiencia del aborto, tanto a partir de las respuestas de las mujeres, como a partir de las propias voces de los varones. El panorama que mostramos, aún siendo parcial y preliminar, evidencia la necesidad de priorizar y avanzar en el análisis de este tema, a partir de investigaciones cuyo sujeto de estudio sean los varones, ya que el aborto no es o no debe considerarse como un evento circunscrito y aislado de la mujer; en él la participación del compañero adquiere un papel crucial, no sólo en términos de recurrir o no a tal recurso, sino en sus consecuencias para ambos, aunque, las más de las veces, incidan más intensa y desfavorablemente en ella.

En este sentido, se han planteado diversos cuestionamientos pertinentes, sobre todo en los estudios críticos desde la perspectiva feminista. Parafraseando el título del libro de Ortiz-Ortega Si los hombres se embarazaran, ¿el aborto sería legal? (2001) y considerando lo que dicen Figueroa y Sánchez (2000) al respecto, cabe preguntarse: ¿si los legisladores, los juristas, los médicos, los padres, y por lo tanto los varones en general se embarazaran, el aborto sería legal? ¿Sería autorizado a petición de ellos, respetando y garantizado sus derechos?

¿Sería penalizado y estigmatizado social y moralmente de la misma manera? ¿Si los varones se involucraran en la experiencia del aborto de sus compañeras, las consecuencias para ellas serían las mismas? ¿Sería una responsabilidad compartida? A su vez, estas interrogantes guardan una estrecha relación con lo que sostiene Salcedo (
1999) acerca de la imposibilidad de los varones de vivenciar en su propio cuerpo la experiencia del embarazo y su interrupción. De ahí no sólo deriva la insuficiencia participativa de los varones frente a esta experiencia, sino su valoración y actitud hacia ella.

Perspectivas de análisis sobre la participación del varón

La creciente atención al tema de la masculinidad, sexualidad y salud reproductiva, sobre todo a partir de la última década del siglo XX, ha contribuido a la reflexión académica y política, aunque aún insuficiente, acerca de la mayor participación de los varones en los procesos reproductivos y, en particular, en torno a la interrupción del embarazo. Esto obedece, principalmente, a dos aspectos que nos interesa destacar.

Por un lado, la intervención de las agencias internacionales en el campo de la población y de la salud, en particular en la regulación de la fecundidad, así como en la prevención de las infecciones de transmisión sexual (ITS), de manera sobresaliente la pandemia del VIH/sida, que se vio acompañada de una visión crítica acerca de las desigualdades existentes en diversos y múltiples ámbitos de la vida entre hombres y mujeres. Desde esta perspectiva se presta una atención especial a la esfera familiar, así como al diseño e implementación de los programas sociales en tales campos (Frye Helzner, 1996), (Ortiz, 2001), (Lerner y Szasz, 2003).

La Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (El Cairo, 1994), la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995) y la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Social (Copenhague, 1995) constituyen hitos en lo concerniente al ámbito de la reproducción, al destacar y ratificar la necesidad de profundizar en el papel de los varones, con el fin de promover la equidad de género y la responsabilidad compartida de las parejas en tal campo. En estos foros internacionales también se reconocieron como metas prioritarias: crear las condiciones para mejorar la atención en materia de salud reproductiva, promover el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y los varones, y garantizar el acceso a la información y a los servicios correspondientes, orientados con una perspectiva de género.

El Programa de Acción de la Conferencia de El Cairo destaca el papel de los varones en el ámbito de la reproducción, incluyendo la planificación familiar y la salud sexual, además de refrendar la importancia de que éstos asuman responsabilidades en la familia, como el cuidado de los hijos y las tareas del hogar. Asimismo, la Plataforma de Acción aprobada en Beijing hace hincapié en el papel central que puede tener el varón en el acceso de todas las mujeres a los servicios de salud, a los programas de información y educación en materia de salud y en el ejercicio de los derechos reproductivos (
UNFPA, 1995), (PATH, 1997).

En el capítulo IV del Programa de Acción de El Cairo, titulado “Igualdad y equidad de género y empoderamiento de la mujer”, se incluye la sección “Las responsabilidades y participación de los hombres”. En ésta se señala claramente: “El objetivo es promover la igualdad de género en todas las esferas de la vida, incluyendo la vida familiar y comunitaria, y promover y permitir a los hombres adquirir responsabilidad en su comportamiento sexual y reproductivo y en sus roles social y familiar”(§ 4.25). Asimismo, en las parte de esta sección correspondiente a las acciones, se menciona la necesidad e importancia de “realizar esfuerzos especiales para enfatizar la responsabilidad compartida de los hombres y promover su activa involucración en la paternidad responsable, comportamiento sexual y reproductivo, incluyendo la planificación familiar; en la salud prenatal, maternal e infantil; en la prevención de enfermedades de transmisión sexual, incluyendo HIV Sida; en la prevención de embarazos no deseados y de alto riesgo”(§4.27) (
Nations Unies, 1994).

Como resultado de la Conferencia de El Cairo, se enfatizó y adoptó el enfoque de salud reproductiva, ante las inquietudes y críticas que se manifestaron desde la década de los 80 en torno a la instrumentación de las políticas de población y de los programas de planificación familiar encaminados a la regulación de la fecundidad, principalmente por parte de los movimientos sociales. Entre ellos destaca el de mujeres, tanto en el ámbito internacional como en el nacional, así como de diversos académicos
. Este enfoque, como han señalado Lerner y Szasz (
2003), ha tenido implicaciones sumamente relevantes y sobre todo novedosas que plantean desafíos tanto para la producción y difusión del conocimiento científico como en el campo de las políticas públicas y movimientos sociales, al cuestionar el excesivo y casi exclusivo interés en el control de la fecundidad de las intervenciones dirigidas a las mujeres. De igual manera, dicho enfoque ha permitido ampliar las visiones estrechas sobre el comportamiento reproductivo, la sexualidad y los derechos reproductivos, y poner el acento en la “necesidad de involucrar a los varones, no sólo en cuanto actores que intervienen en la toma de decisiones o como usuarios de métodos anticonceptivos, o para lograr una mayor igualdad de género sino considerados además en tanto sujetos de derechos y obligaciones en la formación familiar, en la sexualidad y en la reproducción” y, por lo tanto, en la interrupción de los embarazos no deseados ni planeados. También dicho enfoque ha hecho hincapié en responder a las necesidades y demandas de diversos grupos de población en torno a dicho temas.

Por otra parte, como se ha constatado en el Capítulo 2 –El debate en torno al aborto–, el movimiento feminista y las aportaciones de los estudios feministas han sido elementos clave, no sólo en el debate acerca de las consecuencias del estatus legal del aborto en la vida de las mujeres y en las acciones para su despenalización, sino también en los esfuerzos para garantizarles el acceso a servicios de calidad en la interrupción del embarazo. Su contribución también ha residido en mostrar la importancia de incorporar la perspectiva de género al campo de la reproducción, en tanto concepto o categoría relacional, que ha permitido destacar, sobre todo, las condiciones de desigualdad genérica y las relaciones de poder entre hombres y mujeres en tal ámbito.

En su recuento de las distintas vertientes del pensamiento feminista, en particular de la región latinoamericana, Szasz (
1998) aborda las implicaciones que tienen la masculinidad y el papel de los varones en la sexualidad y la reproducción. Destaca el cuestionamiento a las formulaciones teóricas iniciales, centradas en la explicación de la subordinación de la mujer y la dominación masculina, en las cuales, la presencia de los varones en estos aspectos se reducía a aspectos como el dominio, la agresión, la opresión y la cosificación de la mujer en sociedades tradicionales y patriarcales. De acuerdo con la autora, dicha visión implicaba un reduccionismo en la conceptualización de la categoría de género, que se refería de manera exclusiva a lo femenino y a la noción de subordinación de la mujer como proceso universal, unilineal y vertical. Por otra parte, como resultado de dicho cuestionamiento da cuenta de los elementos considerados en la redefinición de la categoría de género. En ellos se ha otorgado prioridad a la construcción social y cultural que define y da significado a la sexualidad y a la reproducción humana, pues alude a la diversidad de ámbitos y relaciones de poder entre ambos géneros y a las distintas identidades y roles femeninos y masculinos asignados socialmente, en tanto representaciones simbólicas, normatividades, valoraciones y prácticas construidas culturalmente, que se ven modificados por situaciones históricas, condiciones particulares y por las experiencias que viven los propios sujetos.

Es a la luz de estas formulaciones que se han propuesto diversas reflexiones teóricas y ejes analíticos acerca del involucramiento del varón en la cuestión del aborto, las cuales se relacionan estrechamente con los temas de sexualidad y reproducción. En este capítulo nos limitamos a describir, de manera resumida, algunos de los principales planteamientos académicos que se encuentran en una parte importante de la literatura producida en América Latina al respecto.

Perspectivas teóricas y distintos ejes analíticos

Distintos autores coinciden en que para abordar el papel de los varones en el aborto es importante considerar dimensiones como el entorno social, cultural e ideológico en el cual se construyen los significados de género, enfatizando las identidades y roles masculinos, y en particular las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

De acuerdo con Amuchástegui y Rivas (
1993), (Amuchástegui 1994), los significados más frecuentes de la reproducción humana son consistentes con los valores culturales, religiosos y las normatividades tradicionales, que se relacionan con las características masculinas de proezas sexuales, la habilidad para engendrar hijos –especialmente varones–, el dominio sobre las mujeres y los niños, además de la competencia exitosa con otros hombres por las mujeres. A lo anterior se añade el control sobre la sexualidad femenina, que pasa del padre al hermano, al novio y al esposo, y el control sobre los movimientos de las mujeres, que pasan de la madre (como agente del padre), a la suegra (como agente del esposo), y aun al hijo (como agente de padre ausente).

En esta línea, Tolbert et al. (
1994) consideran que, conforme se modernizan las sociedades, los significados de género se van cuestionando o erosionando en ciertos sectores de la población, aunque el poder masculino sigue permeando, con frecuencia, en la vida de las mujeres. En sociedades donde se mantienen normatividades y roles tradicionales de género, el hombre domina en las decisiones que conciernen a la fecundidad, incluido el uso o no uso de anticonceptivos y la decisión de que la mujer aborte o continúe su embarazo, ya sea a través de una indicación directa, una amenaza indirecta o implícita o abandonando a su pareja. En la medida en que las relaciones de género en el seno de las parejas se vuelven más equitativas, el poder de la mujer para decidir la continuación de un embarazo no deseado aumenta, mientras disminuye el poder del hombre para decidir si se interrumpe la gestación o llega a término.

Ante tal situación, señalan Faúndes y Barzelatto (
2005) “Las mujeres son seres humanos con los mismos derechos que los hombres, entre ellos el derecho a decidir de manera libre y responsable acerca de su sexualidad, pero las sociedades les han negado tradicionalmente esa igualdad y han aceptado el que los hombres impongan sus decisiones sexuales a sus parejas femeninas. Esa cultura patriarcal es una de las principales causas de los embarazos no deseados y su aceptación pasiva es un obstáculo para abordar el problema del aborto. Por consiguiente, las sociedades deben promover una mayor equidad de género en todas las esferas de la vida, de modo que un mejor equilibrio de poder entre mujeres y hombres permita a las primeras decidir cuándo, con quién y en qué condiciones desarrollar su vida sexual. El respeto del derecho de las mujeres a tener un control efectivo de su vida sexual debe ser un elemento esencial de estas medidas.”

Adicionalmente, otros autores destacan las tensiones y conflictos en las identidades masculinas, ante los roles impuestos por las normatividades sociales y culturales vigentes y el ámbito privado e individualizado que inciden en la práctica del aborto. Al respecto, sostienen Alliaga Bruch y Machicao Barbery (
1995): “la experiencia del aborto pone de relieve profundas contradicciones en la identidad masculina. Enfrenta a los hombres a una situación socialmente inaceptable, en la que afloran sus conflictos entre los atributos que fueron culturalmente asignados y las reacciones subjetivas que experimentan al hecho” (citado en GIRE, 2001).

En el mismo sentido, explican Figueroa y Sánchez (
2000): “la experiencia del aborto hace evidentes profundas contradicciones de la identidad masculina […] ya que la confronta con las atribuciones y roles culturales asignados y las reacciones específicas que experimenta frente al hecho de un aborto. Los varones en una sociedad patriarcal aprenden a ser los encargados de la toma de decisiones para ambos sexos, deben ser fuertes, valientes, capaces, responsables y cumplir con el rol de proveedores; estos atributos frente a un aborto, en cuya decisión perciben no haber intervenido, los ubican en una situación en la que el aborto en tanto acto de trasgresión de las mujeres, lo llegan a vivir con miedo, confusión e impotencia frente al poder manifiesto de la mujer de aceptar o rechazar el proceso de gestación”. De acuerdo con los autores: “decidir en torno al aborto significa para varones y para mujeres una experiencia en la que la sexualidad, el deseo de ser padre o madre y la libertad de elección del propio cuerpo son componentes importantes para construir la decisión”. Plantean, además, que en dicho proceso hay una contradicción entre el ámbito privado y el ámbito de normatividades sociales, religiosas y morales que sancionan tal práctica.

Figueroa y Sánchez reconocen, asimismo, los aportes del movimiento feminista a la desconstrucción de dichas condiciones y la forma como se entrelazan e influyen en el ámbito reproductivo. Pero también argumentan que el discurso se ha centrado en la feminización de los derechos reproductivos, lo que en parte ha incidido en vivir la experiencia y decisión respecto a un aborto como un proceso de exclusión genérica. De ahí que consideren que en la interacción entre hombres y mujeres en este ámbito se reconoce a los varones no como sujetos de derechos sino de privilegios reproductivos, lo que alude a la complejidad de la interacción.

De manera similar, Zamudio et al. (
1999) afirman que ni la tradición feminista ni la perspectiva de género han impulsado el desarrollo de estudios sobre la cuestión masculina. Consideran que estos son escasos en comparación con aquéllos que involucran a la mujer. Pero, sobre todo, subrayan que a menudo en ellos subsisten interpretaciones sexistas de segregación, que, por consiguiente, le restan importancia al papel del varón.

También en este sentido, Drenan (
1998) señala que tanto los varones como las mujeres juegan papeles clave en la salud reproductiva. No obstante, recuerda, aun así la mayor participación de los hombres en tal ámbito ha sido difícil. Los estudios más recientes reconocen que los varones juegan roles importantes en el proceso de decisión, y que en general están más interesados en este tema de lo que se supone. Entender el balance de poder entre varones y mujeres es un elemento clave para mejorar el comportamiento de las personas en relación con la salud reproductiva, lo cual también puede tener efectos en fenómenos como los embarazos no deseados y su consecuente interrupción.

Guevara Ruiseñor (
2000) argumenta que la casi nula investigación acerca del papel de los hombres en el aborto, “ha colocado a los varones sólo como víctimas o victimarios sin considerar que existen puntos de encuentro entre las demandas y necesidades de ellos y entre las necesidades y derechos de las mujeres”. Para la autora, “la experiencia de los hombres ante el aborto forma parte de las relaciones institucionales del poder, un poder que es aun menos visible porque ocurre en dos espacios considerados femeninos: el de la reproducción y el de las emociones”. Agrega que la forma en que responden los hombres a un embarazo no deseado depende, sobre todo, “del marco material y simbólico de la relación en la que ocurre este embarazo y de las posibilidades de ejercicio del poder que les ofrece, de manera que un hombre puede participar responsablemente en una situación y actuar de manera totalmente opuesta en otra” (citas tomadas de GIRE, 2001).

Los hallazgos de otros estudios ilustran las diferentes y variadas posiciones y valoraciones que adoptan los varones respecto a su participación en la práctica anticonceptiva y el aborto. En ocasiones pueden ser los principales tomadores de decisión frente a tales eventos. En otras llegan a estar ausentes y/o asumen una total falta de compromiso en la regulación de la fecundidad de la pareja, con la idea de que ella es responsable del uso de anticonceptivos, que ella es la que se embaraza y a quien corresponde finalmente la decisión de continuar o interrumpir su gestación. Sin embargo, también puede ocurrir que el compañero de la mujer comparta tal decisión (
GIRE, 2001).

Para Tolbert et al. (
1994), la gama de modalidades y posibilidades de participación del varón varía de acuerdo con las particularidades del contexto social y temporal, así como al interior del mismo. Influye, asimismo y de manera especial, la normatividad social vigente en cada contexto. Mientras que a la mujer suele asignársele la responsabilidad en el ámbito reproductivo, al varón se le atribuye un papel de actor secundario, que apoya, favorece, obstaculiza, niega o bien es indiferente y se ausenta ante el embarazo de su pareja. La variedad de decisiones que se toman alrededor del aborto, explican las autoras, tiene una asociación directa con los diferentes modelos de relaciones de género en que se construyen las relaciones de pareja. Destacan, asimismo, que a mayor equidad en dichas relaciones, hay más transparencia en las negociaciones con respecto a la reproducción y, en particular, al aborto.

De acuerdo con Llovet y Ramos (
2001), la presencia de los “otros significativos”, sobre todo del compañero de la mujer en el proceso de decisión, se inscribe como parte de la influencia que ejerce el ámbito transcultural y por tanto, no muestra un patrón unívoco: su participación “puede ser activa o pasiva y el grado de involucramiento puede variar según el contexto sociocultural, la organización familiar y el momento del ciclo de vida de las mujeres” (p.302). En la bibliografía documentada por los autores, se describen situaciones en que los varones ejercen presión y coacción para obligar a la mujer a interrumpir su embarazo. En otros casos, el varón intenta persuadir a su pareja de que no llegue a término su gestación o permanece indiferente y ajeno al proceso de decisión de la mujer.

Una constatación similar se encuentra en el estudio que realizó GIRE (
2001) en la Ciudad de México. De los testimonios recabados de varones jóvenes, se confirma la existencia de una variedad de actitudes y comportamientos masculinos frente al embarazo no deseado, e incluso que la misma persona puede actuar en forma distinta dependiendo de quién sea su pareja o del momento de su vida cuando ocurre el embarazo. No obstante, la responsabilidad de la decisión última para recurrir al aborto recae, por lo general, en las mujeres, y el grado de intervención de los varones varía, principalmente, de acuerdo con el grado de compromiso afectivo que tenga con su pareja.

Desde una perspectiva antropológica y con base en las entrevistas aplicadas a hombres de un barrio urbano de extrema pobreza en una ciudad de Uruguay, Rostagnol (
2003) analiza las prácticas y representaciones sobre el uso de anticonceptivos y la sexualidad. Señala la autora que entre los elementos del contexto cultural en que transcurre la vida de los individuos y que le dan sentido a dichas prácticas y representaciones, destaca la noción de temporalidad. Ésta, explica, se caracteriza por una “necesidad de inmediatez”, que implica vivir el presente y tener cierta imposibilidad de pensar en un tiempo lineal que permita proyectos a futuro o una simple planificación en distintos ámbitos de la vida, incluyendo las decisiones reproductivas. Tal visión es más común en los varones que en las mujeres, pues para ellos no resulta habitual tomar medidas para prevenir embarazos. La autora subraya la dificultad con que los y las entrevistadas abordaron el tema del aborto, dada su condición de clandestinidad e ilegalidad. Por lo mismo, sus testimonios podrían tener una connotación más bien “moralista”: tanto los varones como las mujeres declararon estar en contra del aborto, pero para ellos, son éstas las que deben asumir la carga y responsabilidad del hijo aún no nacido, por haber disfrutado de las relaciones sexuales, o por no haber hecho las cosas bien. Los entrevistados afirman que muchos varones se desentienden del tema, pues consideran que es una cuestión de mujeres y son pocos quienes se dijeron dispuestos a acompañar a sus compañeras en el momento de abortar. Pero con mayor frecuencia ellos corren con los gastos o ayudan a pagarlo.

Una argumentación similar y de gran relevancia, ya mencionada en el capítulo 8, desarrollaron Zamudio et al. (
1999), en torno a la denominada “cultura de la prevención”, la cual se inscribe la relación entre anticoncepción y aborto. Para los autores, la población difícilmente puede desarrollar una cultura de la planeación, en cuyo seno la prevención sea una forma cotidiana de actuar, ante las precarias condiciones para configurar dicha cultura en los países en desarrollo. Tal precariedad, señalan, se debe a “la ausencia de condiciones claras y estables de trabajo, de estructuras organizativas fuertes, de reglas de juego previsibles, de estructuras amplias y fuertes de seguridad social, de mecanismos equitativos de acceso y de participación social”. De esta forma, indican, en condiciones de desempleo, de trabajo mal remunerado, de inequidad estructural y cotidiana, “la población desarrolla el sentido de oportunidad, el sentido de momento, el gusto por el azar, y esa habilidad les permite vivir el imprevisto cotidiano y enfrentar sus riesgos”(p.64). Aunado a ello, destacan otras dimensiones centrales que conforman la cultura y conducta preventiva, las cuales, en referencia a la participación del varón, remiten a las condiciones de desigualdad y relaciones de poder entre los géneros, el control o dominio masculinos sobre la mujer, las limitaciones de la comunicación intergénero, la debilidad de la percepción masculina con respecto a la relación entre la sexualidad y la reproducción, la visión de la mujer y del varón sobre su relación de pareja y los mecanismos de reacción frente a tal perspectiva.

Para Nuñez y Palma (
1990), los hallazgos de investigaciones realizadas en México muestran que existe una valoración social diferente acerca del aborto para hombres y para mujeres. Tal diferencia, dicen, ilustra, en parte, el hecho de que los varones declaran con mayor facilidad que las mujeres haber estado involucrados en un aborto inducido, quizá porque ellos “no se exponen al rechazo social, no abrigan sentimientos de culpa como la mujer e, incluso, no son sujetos de persecución por parte de la ley” (p.32). De acuerdo con datos de una encuesta nacional aplicada en el mismo país, además de que los hombres reconocen con mayor frecuencia los embarazos terminados en aborto, también aceptan abiertamente no saber el número de embarazos que han provocado en sus relaciones coitales, ni el resultado de los mismos.

Cáceres (
1998) hace una constatación idéntica en su estudio sobre dilemas y estrategias en salud sexual en jóvenes adolescentes y adultos, pertenecientes a los sectores medio y popular de Lima. El autor muestra que el aborto inducido es referido como la vía más frecuente para terminar con los embarazos no deseados de las parejas de los entrevistados, de los que ellos tuvieron conocimiento. La proporción de embarazos declarados fue de 36% de los adolescentes entrevistados, cuyas edades iban de 15 a 17 años, y de 45% entre los adultos jóvenes (de 20 a 29 años). En cambio, los porcentajes proporcionados por las mujeres fueron de 18%, para el primer rango de edad, y de 25% para el segundo. Por el contrario, en el estudio de Fachel Leal y Fachel (1998), la declaración sobre la recurrencia al aborto de ambos sexos presenta, en general, la misma distribución. Se observa, asimismo, una proporción mínima de posible desinformación masculina.

En esta línea, los resultados del estudio mencionado de Zamudio et al. (
1999) en Colombia muestran que en 22% de sus abortos, las mujeres a quienes se entrevistó no informaron a su compañeros, ni del embarazo ni del aborto. Tal conducta, explican, se da principalmente en los casos siguientes: en uniones inestables, cuando la mujer tiene dificultades para saber si es oportuno informar al hombre de su embarazo o no vincularse a él a través del hijo; si las mujeres son estudiantes (situación en que se encuentra la mayor actitud de reserva); en aquellas mujeres decididas a abortar, que no quieren comprometer la relación con su compañero por esa decisión; en quienes su embarazo se produce en un ámbito muy deteriorado de la relación conyugal de la cual la mujer ha decido salir. Finalmente, está el caso de mujeres que no admiten interferencias en un hecho que compromete profundamente su vida personal.

Una corroboración análoga es sustentada por Salcedo (
1999). Según el autor, ante la suposición, expresada por mujeres colombianas, de la negativa de los varones a reconocer su participación y decisión sobre el aborto, es posible que, con frecuencia, éstos no se enteren de que sus compañeras estables hayan tomado la decisión de interrumpir un embarazo. Por lo general, agrega, ellos relatan su participación en relaciones ocasionales o que ocurren fuera del orden social establecido. Lo anterior, de acuerdo con Figueroa y Sánchez (2004), se ha traducido en un doble silencio que responde a un desencuentro relacional entre mujeres y varones, el cual se manifiesta en que ambos se rehúsan a conversar sobre tal situación en presencia de su pareja.

Aludiendo a la particularidad de varones adolescentes y jóvenes, Palma y Quilodrán (
1997) analizan los discursos de hombres jóvenes pertenecientes a estratos populares urbanos residentes en la región metropolitana de Chile, con objeto de investigar el significado de las opciones masculinas frente al embarazo adolescente y sus efectos y consecuencias. La posibilidad de recurrir al aborto no es mencionada en tales términos; más bien se hace referencia a “hacer alguna cosa” relacionada con preservar un proyecto de vida o como única salida a una situación límite. Para las autoras, las respuestas masculinas juveniles asociadas a la situación de embarazo reflejan cómo se imaginan posibles proyectos de vida, además de considerar que los caminos elegidos sean viables. De esta manera, la opción de abortar expresa la percepción de la imposibilidad de imaginar proyectos de vida individuales o compartidos, que puedan concretarse en caso de que prosiga el embarazo.

Otra estrategia analítica para ilustrar la influencia del entorno en las percepciones, actitudes y prácticas de los varones frente al aborto se encuentra en los estudios de opinión dirigidos a distintos sectores de la sociedad. Diversas investigaciones constatan que las actitudes más o menos favorables de los varones con respecto a tal práctica responden a representaciones y circunstancias legitimadas legal, moral y socialmente, estrechamente relacionadas con las identidades masculinas. En ellas también se constata cómo la concepción cultural acerca del aborto va a determinar en buena medida la visión que las personas tengan sobre esa práctica. Los estudios de los autores citados a continuación ilustran lo anterior. (Véase, además, el
Capítulo 2, en el cual se describen investigaciones que muestran el poder masculino en el proceso de decisión del aborto en diversos ámbitos institucionales –médico, jurídico, religioso, etcétera–, que directa o indirectamente inciden en dicho proceso).

Faúndes y Barzelatto (
2005) señalan que en el desempeño de los profesionales de la salud –en su mayoría varones– con relación a la práctica del aborto, suelen intervenir valores culturales en conflicto, derivados de la identidad masculina. Éstos se conjugan y en ocasiones se contraponen a las normatividades morales y éticas del personal médico, y veces también al estatus legal del aborto. Tal situación es extensiva a las normatividades particulares de otros actores varones, como son, por ejemplo, los legisladores, procuradores de justicia y los representantes de la Iglesia católica hegemónica en la región. Actores, que, por otra parte, se erigen en “autoridad para acusar, juzgar y condenar a las mujeres con complicaciones debidas a un aborto” (p.97). Dicha actitud redunda en abusos verbales y un trato estigmatizado hacia las mujeres, sin considerar o considerando muy poco el papel y la responsabilidad de los varones en esa práctica. Adicionalmente, como afirman los autores, destaca la actitud ambivalente y contraria de los médicos cuando una persona cercana a ellos interrumpe un embarazo. Ello deriva en “la aceptación de casos ‘muy específicos’, y el reconocimiento público de que el aborto es un fenómeno personal y social que no se resolverá penalizando a las mujeres que recurren a él” (p.104).

Con base en una encuesta representativa realizada en la Universidad de Campinas, cercana a Sao Paolo, Alves Duarte et al. (
2002), analizan la perspectiva de 361 varones universitarios (docentes, alumnos y personal administrativo) ante el aborto inducido. Se encontró que más de la mitad de los consideraron que las mujeres tenían derecho a abortar y aceptaban dicho recurso ante las causales legitimadas legal y socialmente, como el riesgo de la vida de la gestante, el embarazo resultado de una violación y por deformación fetal. Esta postura de mayor apertura frente al aborto fue más común en los hombres entrevistados con un mayor grado de escolaridad (de ellos y sus parejas), mejor posición e ingreso y entre quienes no tenían hijos. Otros entrevistados se identificaron en menor medida con sentimientos que llevan a las mujeres a interrumpir su embarazo, como fueron su situación emocional y su deseo de no tener un hijo. Entre sus conclusiones, los autores reiteran la relevancia de considerar las relaciones de género en la toma de decisiones con respecto al aborto. La tendencia sugiere, como en otros estudios, que a mayor equilibro de género en la relación del hombre con su pareja, mayor será la posibilidad de que los varones se perciban como coprotagonistas de la decisión del aborto.

Otro estudio sobre la opinión de hombres y mujeres realizado en 1995 en cuatro capitales de Brasil –Sao Paulo, Bello Horizonte, Porto Alegre y Recife- muestra resultados similares: el 43% de las personas entrevistadas afirman que el hombre debe participar de la decisión de un posible aborto, y aunque la última palabra debería corresponder a la mujer, 66% de los varones y 57% de las mujeres afirmaron que los hombres deberían intentar impedir el aborto (
Comissão de Cidadania e Reprodução, 1995).

Mora y Villarreal (
2000) encuentran, en el estudio que hicieron en Colombia, que la percepción y valoración de los varones en relación con el aborto son muy similares entre quienes opinaron que es una mala práctica, pero las circunstancias personales lo justificaban y los que estuvieron de acuerdo en que era una decisión personal y, por tanto, un derecho de las personas (46% y 43% respectivamente). Sólo una minoría (11%) manifestó un franco rechazo a la interrupción del embarazo. Las evidencias empíricas y los testimonios de las entrevistas confirman la predominancia de la concepción cultural acerca de la práctica del aborto. Para la mayoría de los entrevistados, la responsabilidad de la prevención está en “manos de la mujer, son las más afectadas, son las responsables de la procreación o la tienen que asumir, el cuerpo es de ella, ella es la que carga con las consecuencias”. Según las autoras, esta percepción es indicativa de la autonomía reproductiva otorgada a las mujeres. Aunque, a su vez, tiene como posible efecto alejar o marginar a los hombres de la responsabilidad sexual y reproductiva.

Con una reflexión distinta, algunos autores, que aluden a las contradicciones y complejidad de la interacción en el seno de la pareja con sus respectivas identidades genéricas, sostienen que incorporar a los varones y hacerlos responsables en este terreno, considerado como uno de los pocos donde una gran número de mujeres han conseguido cierta autonomía, puede significar una usurpación de tal logro y terminar empoderando al hombre, aún más, y desempoderando a la mujer (Barbosa, 1992, citado en Zamberlin, 2000).

¿Cuáles son las evidencias empíricas sobre el papel de los varones?

En este apartado y de acuerdo con los textos consultados, identificamos dos ejes analíticos temáticos bajo los cuales se ha abordado de manera prioritaria el estudio acerca de la participación de los varones en relación con el aborto. El primero de ellos remite a los vínculos entre las formas de relación emocionales (relaciones afectivas y sentimentales) que tiene la pareja y, en estrecha asociación con lo anterior, las distintas modalidades de arreglos de convivencia en ella. Estas dimensiones analíticas han mostrado ser muy relevantes para indagar acerca de las formas de responsabilidad que asumen los varones ante sus vivencias frente a un aborto inducido, pues en este ámbito relacional es decisivo el proceso de toma de decisiones para interrumpir el embarazo. El segundo eje analítico se refiere al papel y la responsabilidad que reconocen y/o asumen los varones en cuanto a su participación en la práctica anticonceptiva, ya sea la propia o la de su pareja. Este último ha sido abordado con frecuencia en las encuestas sobre fecundidad y salud reproductiva.

El vínculo con la pareja en la decisión de interrumpir un embarazo

La información para el análisis empírico de este eje analítico proviene principalmente de dos fuentes: por una lado, los diversos acercamientos cuantitativos, como son las encuestas sobre la sexualidad y la salud reproductiva, realizadas en determinados contextos sociales y geográficos, en las que se incluye un módulo específico para los varones, o bien encuestas ad hoc exclusivamente diseñadas para esta subpoblación, pero que, en tales casos, incluyen pocos aspectos directamente relacionados con la cuestión del aborto. En este tipo de acercamientos casi siempre se ha estudiado a los varones con una visión similar que para el caso de las mujeres. Por otro lado, se encuentran mayoritariamente los estudios de corte cualitativo, a través de entrevistas a profundidad y/o grupos focales, que buscan profundizar en los temas anteriormente señalado desde una perspectiva más amplia. Tal enfoque permite indagar acerca de la experiencia de los varones entrevistados, sus actitudes, percepciones, la interiorización de las normatividades social y culturalmente construidas, además de las distintas modalidades de su participación en la práctica del aborto. Se trata, asimismo, de estudios cuya contribución y riqueza residen en que sugieren preguntas y reflexiones y ofrecen pistas importantes sobre qué y cómo investigar el tema.

Adicionalmente, en la literatura y en ambos tipos de acercamiento metodológico, se encuentran numerosas referencias relacionadas con la presencia del varón, sobre todo en torno al proceso de decisión de las mujeres para interrumpir el embarazo, pero que se obtienen mediante las “voces de las mujeres”. Sin embargo, documentar la experiencia de los varones a partir de lo expresado por las mujeres sobre la participación de sus parejas, compañeros o de los varones en general tiene sus limitaciones. Como señalan acertadamente Figueroa y Sánchez (2004): “lo que las mujeres expresan como formas de influencia de los varones en la decisión del aborto […] son sus interpretaciones y representaciones, construidas a partir del vínculo con sus parejas desde sus respectivas posiciones de género, por lo que la experiencia de los varones no se puede documentar exhaustivamente a partir de dichas referencias”. Como también advierten García y Seuc (s/f) en su estudio sobre opciones y representaciones sociales del aborto y la anticoncepción en hombres de La Habana, tal situación obedece a que, para los varones, el aborto es un hecho siempre referido; es decir, construido desde el discurso y la percepción de las mujeres, en particular de sus parejas, debido a que no es vivenciado como experiencia personal del varón.

Interpretaciones y representaciones a partir de las mujeres

La gran mayoría de las investigaciones relacionadas con el comportamiento reproductivo de las mujeres se han caracterizado por incluir un conjunto de preguntas dirigidas a ellas, acerca de la participación de los varones en dicho comportamiento. En tales estudios se presta una atención particular a los ideales del tamaño de la descendencia de los hombres y a la influencia que ellos ejercen en la práctica anticonceptiva. En un menor número de las investigaciones sobre el tema se indaga acerca del tipo de vínculo con la pareja; en ellas se ha constatado que tal vínculo determina el nivel de involucramiento del varón, tanto para prevenir el embarazo como para asumir la paternidad, o en el acompañamiento o la falta de apoyo, en caso de que la mujer optara por un aborto. Aunque algunos de estos estudios se documentaron el capítulo 4 como parte de los motivos a los que recuren las mujeres para abortar, consideramos importante volver a mencionar algunos de ellos en esta sección, a fin de tener un panorama más integral del tema que tratamos en este capítulo.

También sobre el mismo tema, Bankole et al. (
1998) llevaron a cabo un estudio en el cual analizaron las razones dadas por las mujeres para recurrir al aborto y que comprendió la revisión de 32 investigaciones, emprendidas de 1988 a 1993, en 27 países. Se encontró que en algunos países de América Latina la principal razón, o entre los más importantes de estas razones, fue la objeción o falta de apoyo de la pareja ante el embarazo, que remite a problemas y conflictos relacionales en el seno de la familia. Otros motivos fueron la desfavorable situación económica de la mujer, la carencia de apoyo de los padres o el hecho de ser demasiado jóvenes. La proporción de mujeres que declararon la primera de estas razones fue del 25% al 42% en algunos países de la región (Chile 25%, México 33% y Honduras 42%). Para Colombia, esta razón ocupó el segundo lugar, representando 16% del total de las mujeres para las mayores de 25 años y el cuarto más importante para las menores de esa edad, 16% para las casada y no casadas. La proporción fue de una cuarte parte de las que tienen un nivel de escolaridad menor al de secundaria y de 15% para las que llegaron a un nivel superior a éste.

De la misma manera, como ya se indicó el
capítulo 4, el estudio realizado en áreas urbanas de Colombia por Zamudio et al. (1999) corrobora que uno de los más importantes determinantes que afectan la decisión de terminar un embarazo, es el tipo de relación con el compañero. Sus resultados muestran que las mujeres cuyas relaciones son menos estables interrumpen con mayor frecuencia el embarazo que quienes tienen relaciones estables. También el miedo a perder el empleo o al deterioro de la situación económica son otras razones importantes. Estas últimas situaciones tienen una estrecha vinculación no sólo con el tipo de condiciones de vida de la pareja, sino además con las relaciones e intercambios que se dan en la misma.

De acuerdo con los autores, la presión más cercana y más violenta para la mujer, por las connotaciones afectivas que tiene, es la del compañero; y ésta varía según el número de embarazo, estrato social y estado conyugal. La mayor presión se encontró entre las mujeres solteras. Los autores encuentran que las situaciones en las cuales la presión por abortar se ejerce de manera más explícita y evidente se observa en relaciones esporádicas o casuales y cuando la pareja o mujer es muy joven; cuando se trata de una relación extraconyugal; cuando el hombre sostiene el hogar solo, ya existe una descendencia numerosa y se ha completado el número de hijos deseados, y la situación económica es apremiante, o cuando prevalecen condiciones extremas de sumisión y falta de autonomía de la mujer. Destacan, asimismo, que la presión del compañero para interrumpir el embarazo no siempre se manifiesta abierta y explícitamente, sino también a través de ciertas actitudes y comportamientos con respecto a la mujer, tales como: la duda o el desconocimiento de la paternidad, si la mujer ha tenido relaciones sexuales con personas diferentes; la distancia y silencio de los varones, que sugiere o culmina en el abandono por parte de ellos; la advertencia de no aceptar la responsabilidad compartida y adjudicársela exclusivamente a la mujer. Por otra parte, el análisis de las entrevistas a profundidad con 80 mujeres, reveló que, de ellas, una baja proporción optó por interrumpir su embarazo, como parte de una decisión compartida con sus parejas. Pero una proporción nada despreciable de dichas mujeres expresaron que sus compañeros las presionaron para que abortaran. De acuerdo con estos testimonios, los autores identifican diversas situaciones relacionadas con las reacciones que, según las mujeres, tuvieron los varones ante sus vivencias en el aborto y que corresponden a: a) situaciones de presión del compañero; b) situaciones de decisión compartida; c) situaciones de decisión oculta, ya que el varón no fue informado directamente por la mujer d) situaciones de decisión compartida, pero se optó por la posición/decisión del varón; y, e) situaciones en que la mujer utilizó la noticia del embarazo para obtener beneficios del varón.

Otros estudios, que también se hicieron en Colombia, dan cuenta de la participación de los varones en la decisión de interrumpir un embarazo, a través de las voces de las mujeres. Con base en una encuesta aplicada de 1990 a 1992 a 602 mujeres que acudieron a los servicios de la organización de la fundación Oriéntame para el tratamiento de abortos incompletos, Villarreal y Mora (
1992) muestran cómo éstas manifestaron la participación de sus parejas en este evento. Un poco más de la mitad de los varones (52%) les dijeron expresamente que abortaran, una minoría (9%) les hicieron saber claramente que no les interesaba el embarazo, y sólo una cuarta parte de las parejas expresaron su acuerdo para que las mujeres continuaran con la gestación. Las autoras indican que si bien la opinión de la pareja no fue considerada el elemento más importante en la decisión de las mujeres por recurrir al aborto, éstas señalaron que los problemas económicos (26%) y la actitud negativa de la pareja o compañero hacia el embarazo (19%) fueron la principal razón para que dos quintas partes de ellas abortaran. Encontraron, asimismo, que los problemas con la pareja fueron más decisivos en las mujeres de mayor edad (de 25 a 39 años), de menor nivel educativo y en las que tenían relaciones menos estables y ocasionales. Aunque las autoras sostienen que si bien sus resultados muestran que la actitud del varón no es un factor clave, subrayan que entre las barreras, obstáculos o complicaciones mencionados por las mujeres para interrumpir el embarazo, hay situaciones relacionadas de manera directa o indirecta con su pareja masculina: problemas económicos, enfrentar la responsabilidad, perder el apoyo familiar, entre otros.

En otro estudio, las mismas autoras (
Mora y Villarreal, 1995) entrevistaron a 60 mujeres atendidas en la sede principal de Oriéntame durante 1993, para recibir tratamiento ambulatorio por abortos incompletos. Sus hallazgos muestran que el 83% de las mujeres comunicaron el embarazo a su compañero. La mayoría de ellas se sintió apoyada o comprendida por él, pues también consideraron que era inconveniente continuar la gestación. En una quinta parte de las mujeres de 20 a 29 años, el compañero rechazó el embarazo y aun cuando ellas inicialmente pensaron en proseguirlo, ante la reacción de éste se sintieron desprotegidas y sin apoyo. Las autoras encuentran, a su vez, que la decisión y resolución final para interrumpir el embarazo es asumida frecuentemente sólo por las mujeres: la mitad de las mujeres declararon que tomaron la decisión por sí mismas; una tercera parte lo hizo dialogando y analizando la situación con su compañero y menos del 10% manifestaron que la decisión era compartida con su pareja. Tales resultados sugieren, de nuevo, la importancia que adquiere la percepción de las condiciones del momento, que no son ajenas a la presencia del varón.

De la misma manera, diversos estudios de tipo cualitativo realizados en Bogotá destacan cómo las decisiones de las mujeres frente al embarazo están mediadas por la reacción ante el mismo de la pareja y el tipo de vínculo o grado de estabilidad en la relación, a lo cual se aúna que las mujeres tengan o carezcan de un proyecto de vida (
Martignon 1992), (Mora, 2004), (Browner, s/f). Para esta última autora, la reacción inicial del hombre frente a un embarazo es un elemento indicativo del respaldo económico y/o afectivo que recibirá su pareja y, por tanto, es un factor decisivo en la resolución de un embarazo no deseado.

En su estudio cualitativo sobre el impacto psicosocial del aborto, Cardichi (
1993) llegó a conclusiones similares. Encontró que de las 50 mujeres entrevistadas que habían abortado en Lima, la presencia o ausencia de la pareja, además de la calidad y el futuro de la relación jugaron un papel importante para recurrir al aborto. Las relaciones ausentes o conflictivas influyeron en la decisión de la mujer, siendo que una tercera parte de ellas abortó, según expresaron, por problemas con la pareja.

La misma tendencia se observa en el estudio de Lafaurie et al. (
2005), sobre las experiencias de la interrupción del embarazo con medicamentos de mujeres de México, Colombia, Ecuador y Perú. De acuerdo con la investigación, un elemento que juega un papel vital en la decisión sobre el aborto es el estado emocional de las mujeres, que, en buena medida, depende de la reacción y actitud de la pareja.

En esta línea se encuentra un estudio que tuvo lugar en Panamá. Su objetivo consistió en explorar las diferentes características psicosociales de 100 mujeres jóvenes. Las participantes en la investigación tenían una edad media de 19 años, su escolaridad era de secundaría incompleta, iniciaron temprano su vida sexual (antes de los 15 años), en su mayoría en uniones libres. De dichas mujeres, 25% tuvieron un diagnóstico de aborto provocado y 75% de aborto espontáneo, además de una práctica anticonceptiva reducida (36% en el primer caso y 68% en el segundo). Se encontró que la principal razón por la cual las mujeres se provocaron el aborto fue porque el compañero no deseaba el embarazo (78% de los casos) (
Mendoza et al., 2003). Otro estudio en ese mismo país recogió la opinión de mujeres activistas e intelectuales respecto a la promoción de sus derechos en torno al aborto. Sus conclusiones fueron menos enfáticas en cuanto a la percepción de las mujeres sobre la participación del varón: 27% señalaron que el hombre juega un papel decisivo en la toma de decisiones en torno aborto, 19% que la presencia del mismo no representa ningún tipo de apoyo y 31% sugirió que su participación es necesaria (Miller y Bermúdez, 1995), (y 1996).

Al respecto, la investigación realizada en un servicio urbano de aborto clandestino en el Cono Sur, durante 1995, reveló también que si bien un poco más de la mitad de las mujeres consideradas contaron con el apoyo del compañero, más de una tercera parte de ellas le habían ocultado el embarazo (
Strickler et al., 2001).

Como parte de un estudio cualitativo, con entrevistas a profundidad a 12 mujeres mexicanas, Amuchástegui y Rivas (
1993) observan que el embarazo no deseado es el resultado de diversas razones relacionadas entre sí, como pueden ser: conflictos en la pareja que producen un ambiente inadecuado para criar a un hijo; inestabilidad, abuso, separación o divorcio en marcha; condiciones económicas adveras; alta paridad o deseos de fecundidad satisfechos; proyectos personales y violación. De estas razones, el conflicto de pareja aparece como el motivo que se alude con mayor frecuencia para recurrir al aborto. Las autoras afirman que la actitud del varón frente a la decisión de abortar, ya sea que la apoye, manifieste su desacuerdo o incluso obligue a su pareja a recurrir a tal práctica, ilustra claramente tanto la imposición del hombre en la definición de la relación, que la mujer acata, como la situación de dependencia de la mujer que limita en gran medida su capacidad de decidir. También muestran que las mujeres apoyadas por sus parejas en el aborto son quienes recibían mejor atención. Concluyen las autoras que las identidades y roles de género construidos socialmente otorgan jerarquías y diferencias dentro de la relación de poder de los sexos; por lo tanto, mientras las mujeres otorguen el dominio de su cuerpo a otros, sean estos médicos, compañeros, padres o hermanos, será imposible poder evitar embarazos no deseados. Asimismo, destacan que las campañas preventivas que se dirigen principalmente a las mujeres desconocen la relevancia de la negociación sexual en la pareja y la imposibilidad de que las mujeres elijan de manera autónoma no embarazarse, sin el apoyo o la interferencia del compañero (citado en Tolbert et al., 1994).

Por su parte, en un estudio con parejas de adolescentes que daban a luz o se encontraban hospitalizadas por aborto, en la Ciudad de México, Romero (
1993) encontró que la influencia del compañero en la decisión de interrumpir o continuar la gestación se asociaba a la inestabilidad de la pareja, la cual, junto con la presencia/ausencia de la madre en la vida de la chica, fueron elementos altamente vinculados con el aborto o con el embarazo a término (citado por Tolbert et al.,1994).

Pick de Weiss y David (
1990) hicieron un estudio cualitativo, para el cual se aplicó un cuestionario semiestructurado a 156 mujeres que habían abortado en la Ciudad de México. Uno de los hallazgos fue que la principal razón que ellas señalaron para decidir el aborto fue la presión de la pareja (33%). Asimismo, encuentran que tal resultado se relaciona con el tipo de servicios al que recurren para abortar: el mayor porcentaje de quienes experimentaron presión de la pareja para interrumpir un embarazo eligieron un médico (citado en Tolbert et al., 1994).

De la constatación de los hallazgos derivados de investigaciones mencionadas en párrafos anteriores, se desprende que en el proceso de decidir la interrupción de un embarazo, inciden elementos como: el tipo de vínculo que se establece entre la pareja, el grado de consenso o de conflicto en el seno de la misma, la actitud y comportamiento que asume el varón, así como las percepciones sobre las condiciones del momento en que las mujeres procesan tal decisión. Dichos elementos también influyen en el tipo de servicios que utilizan las mujeres para abortar. Esta situación se ve confirmada cuando se analizan los resultados de las investigaciones que centran su atención en las vivencias y percepciones de los varones.
La experiencia de los varones: ¿transición hacia una corresponsabilidad?
Tobert et al. (1994) en la revisión de los artículos publicados en la revista Studies in Family Planning de 1979 a 1994 concluyen que pocos estudios sobre la decisión del aborto incluían la opinión de los varones y más aún, que menos de la mitad de los dedicados al proceso de decisión de abortar, que fueron considerados, mencionan explícitamente el rol de la pareja en tal proceso. En estos los se utilizan términos como “problemas con la pareja”, o “penurias económicas”, que si bien involucran la participación masculina, no abordan específicamente el papel de los varones en la decisión. Asimismo, LLovet y Ramos (2001) constatan, en su estudio acerca del estado de conocimiento sobre el aborto inducido en América Latina, la insuficiencia de investigaciones que abordan la relación entre las diferentes respuestas de los varones en el proceso de decisión de tal práctica, pues se tata de una dimensión relacional que sólo recientemente ha comenzado a ser objeto de estudio.

En los trabajos consultados, cuyas referencias bibliográficas se incluyen en esta recopilación, hay resultados muy sugerentes acerca del importante papel de los varones en la interrupción del embarazo. Tales hallazgos remiten a los sentimientos de la pareja, la responsabilidad que los varones asumen, según se trate de vínculos menos estables o formales, y el tipo de apoyo que ellos proporcionan. La gran mayoría de estos estudios fueron realizados mediante metodologías cualitativas, razón por la cual, sus hallazgos nos ofrecen una mejor comprensión del significado que adquiere esta problemática.

Guevara Ruiseñor (
1998), (y 2000) ha incursionado en el mundo de los sentimientos emocionales (el grado de amor hacia las mujeres) y el tipo de relación que mantienen los varones con sus compañeras y las diversas formas de responsabilidad que ellos asumen ante la experiencia vivida en el aborto. Entre los hallazgos de las entrevistas a profundidad con 52 hombres de 20 a 46 años residentes en la Ciudad de México, que habían vivido al menos un aborto y cuyo nivel de escolaridad correspondía al bachillero, la autora encontró que “el tipo de responsabilidad que asumen los varones ante el aborto inducido depende del vínculo emocional y del tipo de relación que mantienen con su compañera. Los hombres asumen mayores responsabilidades ante el aborto cuando el embarazo no deseado ocurre en relaciones formales (esposa o novia) y cuando la amaban mucho. En los otros casos (cuando se trataba de una relación ocasional o de amantes o cuando no la quería), brindaban un apoyo casi nulo que consistía, en la mayoría de los casos, en un aporte económico”. Considera, además, que “en las relaciones no formales es donde se presenta un menor margen de negociación y un mayor obstáculo a las elecciones y derechos de las mujeres. En estas situaciones los códigos no explícitos dejan perfectamente claro que ninguna otra opción entra en la negociación, la interrupción del embarazo es parte de las reglas implícitas del juego. Se asume que desde el momento que se acepta una relación de amante o el contacto coital con una amiga, se aceptan las reglas de no compromiso y no responsabilidad de los hombres” (Guevara Ruiseñor 1998).

Aliaga Bruch y Machicao Barbery (
1995) hicieron un estudio en Bolivia para el cual aplicaron entrevistas a profundidad a diez varones que vivieron muy de cerca la experiencia del aborto de sus compañeras. Las investigadoras indagaron las actitudes asumidas por los varones en la toma de decisión sobre el aborto, que dependieron de la naturaleza de la relación de la pareja, la etapa de vida, la situación económica y la predisposición emocional que manifestaron para asumir el papel de padre. Dichas actitudes se expresan en sentimientos y reacciones que comprenden desde miedo, dolor, culpa, rechazo e insensibilidad, hasta responsabilidad y solidaridad. Asimismo, identifican diversas maneras en que estas actitudes pueden manifestarse: a) los varones que no vinculan el sexo con el amor y a quienes un embarazo y la interrupción del mismo les afecta en tanto se sienten involucrados sentimentalmente con su pareja, o bien si expresan sentimientos de preocupación por la pareja en términos afectivos y psicológicos, y en caso de que sólo experimenten algún grado de responsabilidad llegan a pagar el servicio médico, pero se distancian; b) varones que apoyan la decisión de su pareja, pero no asumen la responsabilidad de la misma; c) varones que reaccionan agresivamente, expresando la duda de haber sido quienes embarazaron a la mujer; d) varones que manifiestan el deseo de asumir la paternidad del hijo y resienten la decisión de su pareja de abortar, situación en la que se sienten frustrados, desilusionados y marginados de una decisión en la cual perciben que deberían involucrarse; y e) varones que asumen una actitud de solidaridad con su pareja, tanto con respecto a su salud física como emocional.

Mora y Villarreal (
2000) realizaron una investigación en Colombia para comprender el papel de los varones en las decisiones reproductivas de la pareja, específicamente en la práctica anticonceptiva, y también antes y después de un embarazo no esperado y en su resolución. Mediante la combinación de metodologías (de tipo cuantitativo y cualitativo) recogieron información, a través de una encuesta a 390 varones, pertenecientes, en su mayoría, al estrato medio urbano, con un promedio de edad de 28 años y de 13 años de escolaridad. De ellos, 200 acompañaron a sus parejas mientras eran atendidas por aborto incompleto en los servicios proporcionados por Oriéntame. La información sobre el resto de los hombres, que no acompañaron a su pareja al servicio, se obtuvo a través de las mujeres. Posteriormente, en 1999, las autoras realizaron 20 entrevistas en profundidad a varones con características muy similares. Sus hallazgos confirmaron la importancia del tipo de arreglos de convivencia en la práctica del aborto:

a) el hecho de tener una relación ocasional o paralela fue un factor explicativo de la ausencia de muchos varones y de la responsabilidad asumida exclusivamente por las mujeres en la resolución del aborto. Tal situación obedece a la falta de apoyo de los hombres, debido a la inestabilidad e incertidumbre sobre el futuro de la relación o a la falta de interés o indiferencia del compañero con respecto al embarazo y que lleva a las mujeres a no compartir con ellos su decisión de abortar o aun más, a no informarles de su embarazo;

b) en las relaciones de noviazgo se observa una mayor proporción de varones con intenciones de convivir o consolidar la relación, así como un mayor acuerdo entre la pareja para continuar el embarazo como “reacción o sentimiento inicial” al enterarse del mismo, situación contraria a la observada en el caso de las relaciones de convivencia estables y formales (casados o unidos);

c) la mayor incidencia del varón en la decisión de interrumpir el embarazo se encuentra en las parejas que tuvieron divergencias frente a la resolución del mismo: el mayor desacuerdo se da entre las que mantenían relaciones paralelas u ocasionales y en las cuales el deseo de las mujeres de continuar el embarazo era mayor al de los hombres. Por el contrario, en las relaciones de convivencia se advirtió un menor desacuerdo en la pareja y el deseo de continuar el embarazo fue mucho menor para las mujeres que para los hombres. En este tipo de relaciones las mujeres tuvieron más posibilidad de decisión y, por tanto, en ellas la influencia del varón fue menos marcada que en las relaciones inestables.

Las autoras encuentran que la decisión final de recurrir al aborto en el seno de la pareja, se da a partir de los propios deseos y sentimientos iniciales planteados por las mujeres. Cuando la mujer propone la interrupción del embarazo, el varón acoge dicha decisión y le ofrece frecuentemente su apoyo. Cuando la mujer expresa su deseo de continuar el embarazo, el varón argumenta los inconvenientes derivados de los deseos de su compañera, haciéndole ver que la mejor opción es la interrupción del mismo. También muestran que los factores que más influyeron en los varones encuestados al tomar la decisión variaron según el tipo de relación: las condiciones económicas resultaron ser el factor más importante para quienes tenían una relación de convivencia. La falta de independencia económica y la situación adversa que la mujer enfrentaría frente a su familia y la comunidad por tener una relación no formalizada socialmente, puede observarse en las relaciones de noviazgo y en las que son menos estables –ocasionales y paralelas–.

De acuerdo con las autoras, las evidencias anteriores sugieren “la poca participación del hombre en las decisiones reproductivas, siendo la mujer quien asume la responsabilidad de las consecuencias del comportamiento sexual de la pareja” (p.13). Asimismo, y con respecto a la valoración de los varones de la práctica del aborto, encuentran que ésta es muy similar entre quienes la consideran negativa, pero que las circunstancias personales la justifican y los que estuvieron de acuerdo en que es una decisión personal y, por tanto, un derecho de las personas. Las autoras concluyen que sus hallazgos muestran la predominancia de una concepción cultural acerca de la práctica del aborto, que se refleja en la opinión de la mayoría, según la cual, la responsabilidad de la prevención está en manos de la mujeres.

De manera similar, Alvarez Duarte et al. (
2002), destacan hallazgos de otros estudios hechos en Brasil, (Smigay, 1993), (Ramírez-Gálvez, 1999), los cuales evidencian que, en la medida en que los varones estén más involucrados en el proceso reproductivo en general y específicamente en la paternidad, se muestran más abiertos y sensibles a los sentimientos de las mujeres. Asimismo, la mayor participación masculina con respecto al aborto depende del tipo y calidad de la relación que existe en la pareja: si el embarazo ocurre en una relación ocasional y muy reciente, el varón no participa en la discusión y decisión acerca de un posible aborto y en su realización.

Fachel Leal y Fachel (
1998) obtuvieron un resultado parecido en un estudio con personas de sectores marginales urbanos de la ciudad brasileña de Porto Alegre. Mediante un análisis en el cual se combina el enfoque etnográfico con el estadístico, muestran la importancia de la organización familiar, las redes de relaciones de parentesco y la conformación de alianzas para entender la transacción que se establece entre hombres y mujeres en torno al embarazo y al aborto. Sus conclusiones revelan la presencia de una postura discursiva más conservadora por parte de los varones al pensar que la decisión de abortar es parte de la autodeterminación de las mujeres, y que se ve justificada ante determinadas circunstancias, tales como la falta de condiciones para la manutención y crianza de los hijos. Pero dicha posición suele relativizarse en el caso de los hombres jóvenes. Los varones que se oponen a dicha práctica prefieren, como alternativa, considerar la posibilidad de que algún miembro de la familia asuma la crianza del hijo, lo que pone de manifiesto la importancia que adquiere la organización familiar extensa entre los grupos urbanos populares, así como en contextos rurales, donde la circulación de los hijos es recurrente y nada despreciable. En cambio, para las mujeres la situación de la práctica del aborto es más ambigua y compleja, debido a la particular importancia de la legitimidad y reconocimiento social que le confiere a una mujer el embarazo. Ante el rechazo de una mujer de asumirlo socialmente, su interrupción deja de concebirse como un aborto –con la carga emotiva que por lo general tiene esta palabra–, y adquiere una connotación biológica, consistente en restablecer un desorden menstrual.

En la también ciudad brasileña de Sao Paolo, y a través de entrevistas a profundidad, Oliviera et al. (
1999) analizaron en 1997 la interacción entre los procesos sociales y la dimensión subjetiva con relación al aborto en varones jóvenes de dos generaciones de sectores medios. Las autoras constatan, como en los estudios ya citados anteriormente, que el tipo de relaciones en la pareja marca diferencias en la experiencia de los varones: el aborto es la solución preferida para un embarazo no deseado en el contexto de una relación incidental o cuando no incluye planes futuros. No obstante, algunos hombres se convierten en padres bajo estas circunstancias, dado el deseo o imposición de su pareja, a veces en contra de sus propios deseos. La ambigüedad de los varones con respecto a este acto se expresa en términos de experiencias negativas, dolorosas y traumáticas, que en ocasiones llevaron a finalizar la relación. Tal situación también obedece a las condiciones para acceder al aborto, determinadas, en gran medida, por el hecho de que, salvo por ciertas excepciones legales, el aborto sea un acto ilícito en Brasil. En el caso de las relaciones cortas o extramaritales, dicha ambigüedad se manifiesta, asimismo, en sentimientos de culpa, remordimiento o alivio. Entre los varones entrevistados hubo quienes dijeron, por ejemplo, haberse sentido muy incómodos por participar en la decisión y acompañar a su pareja a practicarse un aborto. Esta incomodidad puede combinarse con un sentimiento de alivio, que surgió no sólo de considerar el aborto como un acto de violencia contra el cuerpo de la mujer, sino de reconocer la legitimidad del deseo de ésta de experimentar la maternidad.

De los resultados del estudio cualitativo realizado por Cáceres (
1998) con adolescentes y jóvenes limeños, se encontró que el embrazo no deseado representa para los varones una barrera en su vida y que en su imaginario existe el riesgo de ser engañado por una chica que busque forzar una unión por medio del embarazo, mientras que para las mujeres éste es una deshonra. También señalan los efectos desfavorables para el hijo no deseado. En la aceptación de la práctica del aborto se observan valoraciones dividas. La más común responde a problemas de salud de la madre o el niño, seguida de la violación. Menos aceptable es que el aborto sólo responda a la voluntad de la mujer, por la existencia de problemas económicos en la pareja o conflictos en las metas de desarrollo temporal. Sin embargo, algunos jóvenes reconocen en las mujeres la autoridad para decidir sobre el embarazo, al considerar que son ellas quienes experimentan la mayor parte de las consecuencias cuando éste es no deseado.

Anticoncepción: ¿práctica compartida o individual?

Las actitudes y prácticas que expresan los varones acerca del papel y la influencia que ejercen en la práctica anticonceptiva de su pareja, o bien acerca de sus propias experiencias con la misma, se conforman y moldean, en gran medida, en las relaciones de poder y en las identidades y roles masculinos y femeninos, construidos social y culturalmente en torno a los significados y valoraciones sobre la sexualidad y la reproducción. La paradoja, a la que se alude en la mayoría de los estudios, reside en la percepción que el varón tiene de la sexualidad como un ámbito predominantemente masculino, en el cual éste ejerce un control y poder sobre la sexualidad femenina. El ámbito de la reproducción y su regulación es, por su parte, considerado como un espacio femenino del cual se responsabiliza la mujer. No obstante, el varón es visualizado con frecuencia como el actor protagónico, en términos del poder que ejerce en el proceso de decisiones en tal ámbito.
Como señalan Mora y Villarreal (2000), cultural y socialmente ha subsistido la idea de que la reproducción es un hecho principalmente femenino. Esto implica delegar en las mujeres sus costos y responsabilidades y, por lo general, ha relegado a los hombres de las consecuencias de su actividad sexual.

La gran mayoría de las investigaciones realizadas directamente con varones muestran que, por lo general, para ellos la mujer tiene más influencia en la decisión del embarazo. También consideran que ella se impone en tal situación, además de responsabilizarse por las consecuencias de emplear o prescindir de métodos anticonceptivos. (
Álvarez Vázquez y Martínez, 2002). Sin embargo, es importante advertir que esta situación contrasta con los diversos estudios, basados en las encuestas de fecundidad realizadas desde los años 70 en América Latina, que evidenciaban que el varón suele oponerse y ser el principal obstáculo para utilizar tales métodos.

A pesar del creciente número de estudios que dan cuenta del papel de los varones en la práctica reproductiva, son aún muy escasos los que analizan dicha práctica en relación con el aborto. No obstante, algunos de los hallazgos que documentamos en este capítulo confirman que existe una amplia y cambiante gama de factores y situaciones en torno a dicha práctica, la cual se hace patente en la actitud de los varones, sobre todo quienes han vivido de cerca la experiencia del aborto. Como se advierte en los textos que se presentan a continuación, no se trata de patrones unívocos o polarizados, acerca de los significados y actitudes de los varones en la práctica anticonceptiva, sino de valoraciones, respuestas y comportamientos diferenciados, según distintos grupos sociales, contextos culturales, sobre todo en generaciones distintas. A su vez, se encuentra una estrecha asociación con otros factores, entre los cuales destaca nuevamente, además del conocimiento, uso y fallas de los métodos anticonceptivos, el tipo de vínculo emocional y de arreglo de convivencia en la pareja.

En esta línea, Zamberlin (
2000) en su estudio cualitativo sobre el papel de los varones en la prevención de embarazos no deseados, en un barrio de la provincia de Buenos Aires, encuentra que los varones entrevistados no contemplaban la posibilidad de un embarazo y en general suponían que la mujer era responsable de cuidarse, sobre todo tratándose de personas con mayor edad y más experiencia. A diferencia de los varones de mayor edad, para los adolescentes y adultos jóvenes, el problema no ha sido el acceso al condón o a otros métodos, sino otros factores. El no uso de los mismos obedece a diversas razones, tales como: un mayor deseo sexual, que supera al miedo a un embarazo, falta de reflexión sobre la posibilidad de que éste ocurra, que el encuentro sexual haya sido imprevisto, o suponer que la mujer era quien se cuidaba. El aborto también es considerado por los varones como una práctica de regulación de la fecundidad frecuente, pero cuya responsabilidad corresponde, sobre todo, a las mujeres y frente a la cual en muchas ocasiones ellos se desentienden. También encontró que la respuesta de los hombres ante un embarazo imprevisto dependió del tipo de vínculo con la pareja. Cuando el embarazo fue producto de una relación no formal, los varones dudaron que la paternidad que llegó a atribuírseles fuera realmente suya, por lo cual sugirieron que la mujer practicara un aborto o dejaron la decisión en sus manos, pensando: “si lo quiere tener que lo tenga”. En el caso de las parejas estables, su reacción implicó recurrir al aborto. Con respecto a las parejas recién formadas y en las cuales prevalecía un sentimiento de afecto, a medida que se fortalecía el vínculo aumentaban las posibilidades de un embarazo no planeado. Ante la ausencia de prácticas preventivas, tal situación condujo a que las parejas estables fueran más propensas a tener embarazos no deseados.

En la investigación que llevó a cabo en la Ciudad de México con 52 varones que habían vivido una experiencia de aborto, y cuya escolaridad mínima era de bachillerato, Guevara Ruiseñor (
1998) señala que una proporción importante de ellos (43%) no asumieron responsabilidad alguna para prevenir un eventual embarazo. Identifica, asimismo, tres tipos de respuestas que reflejan tal actitud: aquella que delega la responsabilidad en las mujeres, “pensé que ella se cuidaba”; la que obedece al imaginario frecuentemente prevaleciente “no pensaba que se fuera a embarazar”; y, por último, y en menor proporción, la relacionada con una falla del método, “ella usaba el DIU” o “se rompió el condón”. Los resultados del estudio corroboran, del mismo modo, que el tipo de vínculo y el grado de amor a su pareja constituyen elementos clave en relación con las prácticas anticonceptivas que ellos utilizan. Cuando las relaciones son estables (con la novia o la esposa) y el vínculo afectivo es fuerte, la responsabilidad de la anticoncepción es más compartida y se orienta a prevenir embarazos no deseados. En cambio, en las relaciones ocasionales, de amasiato y con menores sentimientos afectivos, hay una menor práctica anticonceptiva. De acuerdo con la autora, en ambos tipos de relaciones los varones no asumen la responsabilidad ante las posibles consecuencias que puede tener en su propia salud el sexo sin protección.

Jiménez Guzmán (
2003) encontró una práctica anticonceptiva similar en una investigación desarrollada en la Ciudad de México, para la cual se hicieron entrevistas a profundidad a diez hombres mayores de 30 años, con hijos, altos niveles de escolaridad y dedicados a ocupaciones no manuales. Los testimonios que se recabaron mostraron cómo los varones envueltos en la vivencia de un aborto no se habían responsabilizado por el uso de algún método anticonceptivo. Esto, a pesar de haber valorado como negativa su experiencia con respecto al aborto, en términos de la responsabilidad que sentían y del temor a enfrentar posibles complicaciones y desenlaces desfavorables. Para ellos, el aborto “es una opción difícil y traumática, pero factible” y la decisión de abortar corresponde a la mujer, pues, dijeron, “es su cuerpo” (p.125). Para quienes no habían presenciado tal experiencia, el aborto constituía una solución adecuada cuando no se pudo prevenir un embarazo no deseado. Consideraron, asimismo, que si bien la decisión de abortar debía ser tomada con la pareja, la decisión final y última debía recaer en la mujer.

En otro estudio cualitativo, también hecho en la capital mexicana, con varones jóvenes que vivieron la interrupción del embarazo de sus parejas (
GIRE 2001), se sustenta que el conocimiento de la anticoncepción no garantiza la utilización de un método altamente efectivo para evitar el embarazo. Asimismo, se encontró que, en determinados momentos, la influencia de terceras personas –parientes, amigos, etcétera– es más importante que la de los proveedores de salud para decidir si se recurre o no a tal clase de métodos. En cuanto a la actitud de los varones entrevistados frente a la anticoncepción, se muestran diversos comportamientos entre y en cada uno de ellos. Éstos dependieron de su experiencia y tipo de vínculo que habían tenido con mujeres durante distintos momentos de su vida. Como en muchos otros estudios, se reiteraron expresiones que pusieron de manifiesto que la anticoncepción era responsabilidad exclusiva a las mujeres. Un elemento central que se destaca en la investigación es la importancia de analizar la cambiante trayectoria de la práctica anticonceptiva en el tiempo: en las primeras relaciones sexuales suele caracterizarse por la escasa preocupación de los varones de evitar un embarazo; en cambio, en relaciones subsecuentes, tiende a una mayor corresponsabilidad y compromiso con el uso de tales métodos por parte de ellos. También se observaron actitudes de los varones que favorecían la autonomía de su pareja en relación con los métodos, lo cual implicó que, incluso, ellos se abstuvieran de intervenir en la elección del método.

Entre las conclusiones de dicho estudio se señala que la mayor participación de los hombres en la elección de un método anticonceptivo se relaciona, por un lado, con su convicción de que es un tema en el cual debe existir una responsabilidad compartida. Por el otro, que la ausencia de compromiso o el mayor compromiso con la pareja es un elemento relevante para que los varones se involucren o no en la anticoncepción. Adicionalmente, se destaca la confusión e inconsistencia en el uso de anticonceptivos que manifestaron los hombres cuando supieron del embarazo de su compañera. Tal respuesta, indican los autores, obedece a la presencia “de ciertos imaginarios que reducen su percepción de riesgo reproductivo (de los varones) y les proveen de la falsa seguridad de que no habrá un embarazo” (p.47).
Otros estudios también muestran que la experiencia de embarazos no deseados puede llevar a modificar los comportamientos de los varones ante la anticoncepción. De acuerdo con los resultados de la investigación cualitativa que hizo Arilha en Brasil (1999), después de haber estado involucrados en embarazos no deseados, los hombres consultados utilizaron métodos anticonceptivos para evitar la repetición de tal experiencia.

El estudio de Oliviera et al. (
1999) realizado en la Ciudad de Sao Paulo, citado anteriormente, buscó comprender cómo la construcción de género que sirve de referente a los sujetos influye en su percepción y las consecuentes opciones que se plantean frente a la cuestión de tener o no tener hijos y los métodos usados para evitar la concepción. Este eje analítico privilegia el contexto en el cual se toman las decisiones y permite explorar los dilemas que enfrentan con frecuencia los varones ante el embarazo de su pareja. Las autoras argumentan que la responsabilidad de las mujeres de evitar un embarazo no deseado determina las prácticas de los varones en la regulación de la fecundidad. Para los varones, la llegada de los hijos hace necesario contar con ingresos fijos que permitan a la familia tener estabilidad económica y, de esta manera, cumplir con la responsabilidad asignada socialmente a ellos, en tanto proveedores.

Las autoras encontraron que los varones brasileños entrevistados participaban en la práctica anticonceptiva, sobre todo cuando tuvieron relación con embarazos no deseados. No obstante, los entrevistados también consideraron que la mujer era la principal responsable de la planificación familiar y, por consiguiente, de evitar los embarazos no deseados, pues, dijeron, la reproducción ocurría en el cuerpo de ella. Tal opinión fue más generalizada en los de mayor edad. Pero en los más jóvenes, aun cuando prevalecía la misma idea, (considerar que la mujer es quien sufre las consecuencias de quedar embarazada), algunos señalaron que siempre se preocupaban por evitar un embarazo no deseado. La posibilidad de interrumpir la gestación de la mujer en dicha circunstancia era compatible con los valores prevalecientes en ambas generaciones. Las diferencias entre ellas, con respecto a la práctica del aborto parecen estar relacionadas con la información y el acceso a la anticoncepción que cada persona tuviera.

Entre sus conclusiones, las autoras subrayan que la importancia del aborto, como una práctica de regulación de la fecundidad en la clase media urbana de Brasil, está asociada a la disponibilidad de los métodos anticonceptivos y a los problemas derivados de su uso. Afirman, asimismo, que el aborto suele ser parte de una experiencia reproductiva de segmentos educados de la sociedad, a pesar de disponer de información adecuada de otros métodos para su prevención.
Martine (1996) sustenta una argumentación similar en su análisis sobre el descenso de la fecundidad en Brasil, observado a mediados del siglos XX. El autor señala que, pese a la insuficiencia de evidencias estadísticas al respecto, es de conocimiento común la recurrencia al aborto, como medio para limitar el tamaño de la descendencia en familias, incluso en aquéllas socialmente respetables, y a pesar de que se trate de una práctica clandestina, ante el carácter ilegal de la misma en este país.

Otro tema recurrente en la literatura pone el acento en el tipo de método anticonceptivo utilizado y las limitaciones y fallas de cada uno de ellos. El preservativo es una de las alternativas mejor conocidas y de mayor uso con que cuenta el varón para regular su reproducción, aunque muchas veces también resulta ser uno de los métodos más rechazados.

Arias y Rodríguez (
1998) en su estudio cualitativo sobre el uso del condón en varones mexicanos de clase media, residentes en la Ciudad de México y cuyas edades eran de 18 a 35 años, destacan el significado ambiguo y dual que los varones atribuyen a su involucración y compromiso con quienes tienen relaciones sexuales. Éste depende de la valoración y discriminación del tipo de pareja sexual y de mujeres: las parejas y relaciones ocasiones y de mujeres que no respetan y las parejas formales que implican un compromiso afectivo, ergo con mujeres que respetan. En esta identificación de tipos de mujeres, la percepción subjetiva de atributos personales, como la confianza, parecen desempeñar un papel importante, que en el caso de las parejas formales lleva a los varones a no requerir del uso del condón. Tal situación ocurre en el primer tipo de parejas sexuales. En relación con el compromiso y responsabilidad que los varones adquieren con respecto a las consecuencias de las relaciones sexuales, las autoras observan que aún permean representaciones estereotipadas y tradicionales asociadas a la identidad masculina. Entre ellas se encuentran el impulso incontrolable y natural de satisfacer su deseo sexual que se atribuye al varón, el cumplimiento de su deber como macho y la demostración de su virilidad y disposición a asumir riesgos, como se vio, sobre todo, en los entrevistados más jóvenes. Sin embargo, aclaran las investigadoras, la responsabilidad final derivada de estas relaciones y de sus implicaciones recae exclusivamente en la mujer, la cual es, a su vez, quien puede frenar los impulsos del varón.

Al igual que en los otros estudios, los resultados de este último corroboran que uno de los principales motivos que expresan los varones para usar el condón consiste en evitar un embarazo. Las autoras advierten, que si bien ello depende, en buen medida, del grado de compromiso, cercanía y afecto que se tenga con la pareja, la respuesta de los varones con respecto al uso de este método es altamente coyuntural, pues carecer del condón en determinado momento no les impide tener relaciones coitales. También constatan que los varones con relaciones formales de convivencia tienen un mayor compromiso y, por lo mismo, están más involucrados en las condiciones de salud de su pareja. El uso del condón en muchos de estos casos obedece a los problemas de las mujeres para emplear otros métodos anticonceptivos, además de ser un medio que las protege contra posibles infecciones derivadas de las relaciones extramaritales que tengan los varones.

Los hallazgos de este estudio también ponen de manifiesto las percepciones negativas y de rechazo al uso del condón por parte de los varones. Entre ellas se encuentran la reducción del placer, la mayor rigidez en las relaciones, la presencia de dolor, el temor a que se rompa, o a que las mujeres se ofendan al querer emplearlo y a no llevar un condón consigo en una situación de franca oportunidad para tener relaciones sexuales. Asimismo, las autoras sugieren que se trata de percepciones vinculadas con la noción de lo “natural”, o en contra de la naturaleza humana, en donde prevalece la espontaneidad, la no planeación, la demostración de valor y la disposición de asumir riesgos en la vida, actitudes que se asocian a la identidad masculina en el campo de la sexualidad.

Los resultados de la encuesta que hizo Cáceres (
1998) en Lima, muestran que el conocimiento de anticonceptivos es bastante mayor que su uso consistente y correcto. Dan cuenta, asimismo, de prácticas anticonceptivas diferenciadas entre barones y mujeres adolescentes (15 a 17 años) y jóvenes adultos (20 a 29 años) de sectores medio y popular. Por un lado, las adolescentes declararon haber utilizado el condón durante el primer coito en mayor medida que los adolescentes, mientras que los jóvenes adultos lo habrían hecho más que las jóvenes del mismo rango de edad. Por otro lado, las mujeres declararon un mayor y más consistente empleo de anticonceptivos, frente a un mayor uso de condones de los varones. Tal hecho, se indica en el estudio, “no sorprende dadas las implicaciones relacionales de la negociación del uso de condón en tanto método masculino” (p.164). Con respecto al embarazo no deseado, Cáceres afirma que, además de ser una experiencia común en ambos grupos, representó una preocupación central en los jóvenes varones, sobre todo para quienes tenían un vínculo fuerte con su pareja, situación en la cual empleo de anticonceptivos suele asumirse como una responsabilidad compartida. Cuando los entrevistados tenían parejas ocasionales, tal responsabilidad fue asignada a la mujer. Aunque la prevención del VIH/sida y otras infecciones de transmisión sexual (ITS) fue una preocupación algo mayor, no siempre condujo a utilizar condones. Los participantes en el estudio reconocieron la utilidad y mayor necesidad de emplear el condón en estos casos, pero, en general, lo consideraron un obstáculo para tener relaciones placenteras.

En una investigación señalada anteriormente, Rostagnol (
2003) encontró que el conocimiento de los métodos anticonceptivos por parte de los varones uruguayos residentes en una área muy marginada era escaso, vago, y muchas veces erróneo. El saber que llegaron a obtener provino, principalmente, de los médicos de sus compañeras y de ellas mismas. Tal situación explica que la regulación de la fecundidad sea considerada, sobre todo, responsabilidad de ellas, lo cual se describe como “cosas de mujeres”. Las reacciones con respecto al uso del condón, ampliamente conocido como método anticonceptivo y para evitar la transmisión de ITS, pero cuyo uso es poco frecuente entre adolescentes y jóvenes, fueron de insatisfacción. Como se señala en otros estudios, a muchos varones no les gusta usar condón, pues dicen no sentir de la misma manera que sin él, además de que a veces desconocen su uso correcto y carecen de habilidad para colocárselo Berglund (1997) también aborda el tema del uso de anticonceptivos en una investigación que llevó a cabo en Nicaragua para analizar la complejidad de los contextos social, económico, cultural y psicológico del embarazo en general y del no deseado. En su estudio, concluye que el acceso real a los anticonceptivos está menos limitado por la ignorancia que por las actitudes adversas de los proveedores de servicios de salud y otras personas con un papel clave en la sociedad. Tal situación afecta, sobre todo, a los adolescentes, que enfrentan barreras mayores para acceder a los servicios de planificación familiar, además de contar con poca experiencia en el uso de anticonceptivos.

En la investigación antes citada sobre varones que han vivido de manera cercana la experiencia del aborto, Mora y Villareal (
2000), señalan que, del total de varones entrevistados, 7% nunca había usado anticonceptivos con su pareja, ya sea por desconocimiento de los métodos, porque tenía pocas relaciones sexuales o por rechazar la utilización de tales métodos. Más de la tercera parte (35%), había dejado de emplear algún método cuando ocurrió el embarazo, ya sea por descuido o por los efectos colaterales que éste supuestamente le causó a su pareja. Del resto de quienes fueron consultados, o sea, 58% de quienes practicaban la anticoncepción, la mayoría utilizaban el ritmo o abstinencia periódica, el condón, o el coito interrumpido, métodos que requieren de la participación del hombre. La ineficacia del método empleado, según expresaron los varones, obedeció al uso inadecuado del mismo o a que era inseguro: la mitad de quienes usaron el condón dijeron que éste se rompió o estaba perforado. Lo anterior, como sugieren las autoras, muestra las dificultades que surgen cuando se usan estos métodos, las cuales pueden deberse a su efectividad o a la experiencia con los mismos de quienes llegan a utilizarlos. Por otra parte, las autoras observan que el uso efectivo del método anticonceptivo se relacionó, sobre todo, con una situación económica difícil, particularmente en los sectores de ingresos medios y bajos y entre personas que tenían hijos producto de una relación de convivencia con su pareja, es decir, no formalizada.

Otro factor al cual aluden Mora y Villareal (
2000), que ha sido muy socorrido en las investigaciones sobre el comportamiento reproductivo –sobre todo con relación al uso consensuado o no de métodos anticonceptivos en la pareja–, se refiere a la comunicación entre el hombre y la mujer con respecto a la práctica anticonceptiva. En este sentido, las evidencias del estudio de estas autoras constatan que la comunicación que prevaleció en la pareja no siempre condujo a una elección compartida y mucho menos al uso de un determinado método. De cada diez parejas que hablaron entre sí sobre anticoncepción, cuatro no usaron ningún método para prevenir un embarazo no planeado. De cada diez parejas que llegaron a un acuerdo sobre el último método que emplearon, casi cuatro dejaron de usarlo por descuido o debido a efectos colaterales de anticonceptivos hormonales o del DIU y, por tanto, el último embarazo terminó en aborto. De acuerdo con los resultados anteriores, Mora y Villarreal sostienen, que se presentan con mayor frecuencia embarazos no deseados y abortos inseguros cuando privan el desconocimiento y la falta de diálogo en la pareja, con respecto a sus deseos sobre el tamaño de la descendencia, y a sus opiniones y preferencias en la práctica anticonceptiva. En cambio, cuando la pareja conversa abiertamente sobre el tema, se observa una mayor práctica anticonceptiva, continua y eficaz. Lo anterior, afirman las autoras, muestra que aunque muchas parejas hablen acerca de sus necesidades y deseos relacionados con la sexualidad y la reproducción, tal comunicación es insuficiente para derivar en acciones concretas. Tal hallazgo debe tenerse en cuenta al interpretar los resultados de muchas encuestas y para redefinir los conceptos y preguntas sobre el tema que se incluyan en ellas.

Otro aspecto que amerita subrayarse, aunque haya merecido poca atención, se refiere al desarrollo de las tecnologías anticonceptivas, como otro factor que incide en la participación del varón en dicha práctica, en la cual ha prevalecido una desigualdad genérica. Como señala Castro (
1998), dentro del campo de la investigación biomédica se ha otorgado prioridad a inhibir la fecundidad, y se han orientado los mayores recursos hacia los métodos femeninos. De esta manera, se le ha restado importancia al papel protagónico del varón, cuyas oportunidades de regular su reproducción y evitar embarazos no deseados son menores por la insuficiencia de métodos exclusivos para su sexo. De la misma manera, Ringheim (1996) agrega que la falta de interés del varón por involucrarse en cuestiones reproductivas también refleja las limitadas opciones de métodos anticonceptivos reversibles de los cuales disponen. Todo lo anterior ha propiciado que los varones no participen de la misma manera que las mujeres en la regulación de la fecundidad.
Zamberlin (2000) afirma, en un estudio sobre el mismo tema, que la participación masculina con respecto a la anticoncepción se redujo de manera sustancial y que los métodos más antiguos, –el coito interrumpido, la abstinencia periódica y el condón– pasaron a ser considerados de baja eficacia y desestimados por los programas de planificación familiar (PPF). Tal situación, añade, se ha constatado en la implementación y desarrollo inicial de los mismos, al orientar sus acciones a los métodos femeninos no reversibles. Lo anterior, como afirma la autora, produjo cambios en la definición social de la responsabilidad anticonceptiva, que pasó a ser patrimonio exclusivo de la mujer. Estos cambios han fomentando la falta de compromiso en los varones, “quienes fueron excluidos de los PPF, sea deliberadamente o por omisión” (p. 247). Por ello, añade Zamberlin, los varones no se perciben como protagonistas en la anticoncepción, y en consecuencia, confieren la responsabilidad y el dominio de la misma a las mujeres, mientras se excluyen de su práctica o, en el mejor de los casos, asumen un rol secundario.

Zelaya et al. (
1996), llegaron a una conclusión similar en un estudio realizado en León, Nicaragua, sobre los patrones contraceptivos entre ambos sexos. De acuerdo con la investigación, el predominio de la esterilización y el uso ocasional del condón como métodos reportados principalmente por hombres, refleja una situación de control relativo de los varones en la anticoncepción y la reproducción.

Es necesario reconocer que la epidemia del VIH/sida contribuyó a una mayor utilización del condón, aunque para muchos hombres ha sido más bien un medio de prevenir infecciones de transmisión sexual, en particular la mencionada. Pero también se debe destacar que el preservativo ha sido y continúa siendo una de las alternativas con las que cuenta el varón para evitar embarazos.

Otro aspecto relacionado con el tema, abordado en algunos estudios, pero sobre el cual aún no hay suficientes evidencias, tiene que ver con las relaciones sexuales en contra de la voluntad de las mujeres, tanto en matrimonios como en parejas cuya unión sea inestable, hecho culturalmente vinculado al poder y dominio masculino. Como señalan Faúndes y Barzelatto (
2005), el sexo en tales circunstancias es un hecho bastante frecuente, en el cual intervienen “desde la violencia o agresión física o mental, el uso de la fuerza o amenazas de su utilización, hasta la imposición cultural de la aceptación de los ‘derechos’ del varón sobre el cuerpo de la mujer, ésta última como forma sutil de imposición, de aceptar los deseos de su pareja como una obligación, al margen de sus propios deseos y sin tener en cuenta el riesgo de un embarazo no deseado”.
De acuerdo con los autores, las evidencias existentes dejan pocas dudas acerca de la frecuente dominación masculina en la decisión de tener relaciones sexuales, lo que se ve acompañado de la falta de responsabilidad del varón en cuanto al riesgo de embarazo, así como de contraer o propagar infecciones de transmisión sexual. Este comportamiento también obedece, entre otras razones, a la falta de voluntad del compañero o cónyuge para emplear métodos anticonceptivos, al uso inapropiado o irregula de preservativos o métodos naturales y a las barreras que los hombres llegan a imponer a su pareja para impedirles su acceso a métodos anticonceptivos. Estos factores inciden, desde luego, en la ocurrencia de embarazos no deseados, sobre todo entre los adolescentes. A lo anterior se añaden los casos de violación o abuso sexual, en los cuales las mujeres carecen de los medios para protegerse. En un estudio realizado en Brasil, Faúndes et al. (2000), encontraron que alrededor del 35% de las mujeres consultadas habían tenido relaciones sexuales contra su voluntad, porque creían estar obligadas a satisfacer el deseo de sus compañeros.

Finalmente, y retomando las interrogantes planeadas al inicio de este capítulo, otro aspecto que debe destacarse alude al poder que los varones ejercen en torno al aborto fuera de la esfera doméstica, un tema que merece especial atención por sus implicaciones en dicha práctica y sus consecuencias. En efecto, como se ha evidenciado de manera implícita o explicita en varios de los capítulos anteriores (1,2 y 7 y en este mismo), tal influencia no sólo se hace patente en el ámbito de la pareja o de la familia, sino también en el ámbito institucional/social, sea éste el jurídico, el médico o el religioso. En tales esferas es evidente la dominación masculina, máxime en sociedades conservadoras, como las de la inmensa mayoría de los países latinoamericanos.

Conclusiones

Los estudios sobre el aborto en América Latina y el Caribe, al igual que en otras regiones del mundo, se han centrado, de manera predominante, en los efectos de tal práctica en las mujeres. Sin embargo, en los últimos años se han desarrollado variadas, aunque aún insuficientes, investigaciones acerca de la actitud e involucramiento de los varones respecto al aborto, que muestran la relevancia de esta temática, no sólo para tener una comprensión más amplia de la cuestión del aborto, sino, además, para advertir acerca de la imperiosa necesidad de incluirlos en el ámbito de las intervenciones públicas.

Cabe destacar el marco teórico y metodológico que se ha privilegiado en las investigaciones realizadas en la región sobre el rol que tienen los varones en la práctica del aborto. Por una parte, la perspectiva “relacional”, en la cual se pone el acento no sólo en los procesos sociales y culturales, sino también, y sobre todo, en las relaciones entre actores y ámbitos que rodean las situaciones bajo las cuales ocurre el aborto inducido. Por la otra, y estrechamente vinculada con la anterior, la perspectiva de “género”, en la cual se presta una atención particular a las identidades y roles masculinos y femeninos, a las relaciones poder e inequidad entre ambos géneros, al dominio masculino sobre la mujer, como parte de las construcciones culturales de una estructura social determinada. Ambas, han permitido una ruptura con el enfoque tradicional, según el cual, la reproducción y sus procesos son responsabilidad exclusiva de las mujeres y, la sexualidad es un campo de dominio del varón. Asimismo, tanto la perspectiva relacional, como la de género, ilustran la necesidad de ir más allá de los indicadores clásicos que se incluyen en las investigaciones sociodemográficas. A partir de ellas puede hacerse un análisis más certero y comprehensivo de las dimensiones sociales, y culturales e institucionales de los diversos aspectos que intervienen en la esfera de la sexualidad y la reproducción, y, por tanto, en el aborto.

Las evidencias presentadas, tanto en este capítulo como en los precedentes, acerca del importante papel que los varones tienen en la cuestión del aborto en diferentes ámbitos son contundentes, y muestran la pertinencia de ambas perspectivas. En el ámbito público, los varones son casi siempre los encargados de regular legalmente esta práctica o de determinar las sanciones morales, sociales o religiosas impuestas a quienes abortan. Suelen establecer, asimismo, las políticas públicas en materia de salud reproductiva, de las cuales dependen, entre otras muchas cosas, el funcionamiento de los servicios médicos donde se practican abortos. En el ámbito privado, los varones también tienen una influencia que suele ser determinante en lo concerniente al aborto, en tanto autores, protagonistas y responsables, junto a las mujeres, de sus prácticas sexuales y reproductivas. El varón es, en muchas ocasiones, quien decide si su pareja emplea o no anticonceptivos para prevenir embarazos no deseados que pueden terminar en abortos, y de ellos depende frecuentemente, directa o indirectamente, que la mujer embarazada continúe o interrumpa su gestación.

Los hallazgos y conclusiones de los estudios realizados en la región concuerdan acerca de la diversidad de roles que los varones asumen en los embarazos no deseados y en la práctica del aborto. Entre éstos, se destaca su presencia y participación tanto pasiva como activa; su aceptación, rechazo, coacción e indeferencia en el uso de métodos anticonceptivos y en el proceso de decisión del aborto; y, su apoyo o ausencia del mismo en las condiciones en que éste se realiza y en las consecuencias de este acto. En algunas investigaciones se demuestra y advierte que estos roles no son unívocos, ni generalizables, ya que dependen de las diversas condiciones materiales, de las actitudes y normatividades culturales socialmente construidas y diferencialmente interiorizados entre los distintos grupos sociales generacionales y etapas de la vida. Más aún, se subraya el carácter dinámico y cambiante de la participación de los varones en el aborto en función de sus distintas experiencias y vivencias en distintos momentos de su vida sexual y reproductiva.

Otros hallazgos aluden a las percepciones y significados de los varones acerca de la responsabilidad de prevenir un embarazo. En muchos de ellos prevalece la idea de que esta responsabilidad sólo le corresponde a la mujer, a su pareja; y si ella acepta las relaciones sexuales debe asumir sus consecuencias -en su salud, en los riesgos de la interrupción del embarazo y en general en otros aspectos de su vida. En cambio, entre los varones prevalece una actitud preventiva ambigua e incluso contradictoria. Muchos de ellos tienden a eludir su responsabilidad con respecto al uso de anticonceptivos, al mismo tiempo que afirman su posición dominante en la relación con su pareja al imponer la decisión de que ésta no continúe su gestación si resulta embarazada. Las evidencias sugieren que los varones se protegen cuando perciben que su salud está en amenazada ante la posibilidad de adquirir alguna ITS, mientras que cuando se trata de la salud de su compañera (como consecuencia de los abortos en condiciones de riesgo), no siempre participan y, en muchas ocasiones, no aceptan ninguna práctica preventiva o ésta es menor y generalmente con métodos anticonceptivos menos efectivos o sin el uso correcto de los mismos.

En esta línea, otras investigaciones hacen hincapié en las distintas actitudes frente a la práctica anticonceptiva, que tienen una relación estrecha con el aborto. Se ha constatado, por ejemplo, que la información y disponibilidad de anticonceptivos no garantizan su uso y que éste más bien depende de que exista una cultura de prevención y corresponsabilidad en la pareja cuando tiene relaciones sexuales. El uso condón, como uno de los pocos métodos masculinos disponibles y más frecuentemente empleado como medio de prevención por parte de los varones conlleva a situaciones no exentas de tensión y conflicto en el seno de la pareja. No sólo se documenta una percepción negativa y de rechazo en el uso del mismo, tales como la reducción del placer sexual, la rigidez en las relaciones, los malestares que produce y los temores a que fallen. Adicionalmente se alude a los procesos de negociación para su uso, en los cuales se sugiere una situación de mayor dependencia por parte de la mujer y de control y dominio por parte del varón.

También hay hallazgos significativos que ponen de manifiesto la importancia que tiene el vínculo emocional y el tipo de arreglo de convivencia durante el noviazgo, u otro tipo de relaciones, con la decisión de recurrir o no a métodos anticonceptivos, o de poner fin a un embarazo en vez de que prosiga. La mayor responsabilidad y apoyo se encuentra entre las parejas estables y con relaciones afectivas, situación que generalmente no se da cuando trata de relaciones paralelas o esporádicas o donde no hay lazos sentimentales. Por otra parte, se han encontrado evidencias de que el grado de consenso o de conflicto en la pareja resulta determinante en la forma como los varones, al igual que las mujeres, procesan la decisión de un aborto. Se ha comprobado, asimismo, que el acuerdo o desacuerdo que haya en la pareja con respecto a tal práctica depende de la comunicación y negociación dentro de ella. Esto también se relaciona con evidencias que sugieren cómo las parejas cuya interrelación es más equitativa –cuando entre ambos existen menos desigualdades de género–, tienen una mayor propensión a negociar si se recurre o no a un aborto y las condiciones en que se practique.

A pesar de los hallazgos descritos, aún son pocas las investigaciones realizadas en América Latina y El Caribe sobre la influencia del varón en la práctica del aborto según condiciones socioeconómicas, las diferencias intergeneracionales y el acceso a programas institucionales como pueden ser los de planificación familiar. No obstante, algunas evidencias empíricas sugieren, por ejemplo, la presencia de rupturas intergeneracionales, sobre todo entre los hombres jóvenes. En este sector de la población se observa con mayor frecuencia el cuestionamiento y reconstrucción del modelo de masculinidad tradicional y hegemónico, de manera particular en los sectores medios y altos, lo cual puede contribuir a que se asuma una actitud de mayor corresponsabilidad en la decisión de interrumpir un embarazo no previsto, o en prevenirlo.

Aunque los estudios hechos en América Latina y el Caribe sobre la relación entre los hombres y el aborto han contribuido a la comprensión del tema, siguen siendo insuficientes. Todavía es muy escaso el conocimiento acerca de las actitudes y prácticas de los varones en torno a la interrupción del embarazo no previsto. Se advierte un mayor desarrollo teórico-conceptual sobre dicha temática, que requiere de ser aplicado a estudios concretos en la región. Otra limitación es la casi total ausencia de estudios cuantitativos, a escala nacional, en contextos rurales y urbanos o diferenciados según estratos socioeconómicos, dirigidos específicamente a los varones que brinden información sobre las diversas características y modalidades de participación del varón en la problemática del aborto. Al respecto, es importante destacar la aportación de las investigaciones cualitativas que profundizan, entre otras cosas, en el conocimiento acerca de la percepción, actitud e involucración de los varones acerca del aborto. Los resultados de tales estudios muestran la complejidad de situaciones que influyen en la toma de decisiones relativas a la sexualidad y a la reproducción, incluida la de poner fin a un embarazo. Pero, sobre todo, ofrecen pistas importantes para orientar investigaciones futuras que permitan comprender con mayor profundidad al otro protagonista de los procesos reproductivos: el varón.
Un conocimiento más amplio y riguroso sobre el tema contribuiría, sin duda a que hubiera intervenciones públicas más eficaces en materia de salud reproductiva, un campo donde la gran mayoría de los países de la región siguen teniendo graves rezagos. Por lo pronto, la falta de información con respecto a aspectos como el comportamiento reproductivo del varón se refleja en diferentes ámbitos. Puede observarse, por ejemplo, que las campañas e intervenciones para promover el uso de anticonceptivos suelen dirigirse principalmente a mujeres, sin considerar la relevancia de la negociación con su pareja para decidir si utilizan o prescinden de tales métodos o que en muchos casos el compañero de la mujer sea quien se imponga al respecto. Ante tal situación, el investigador Hernando Salcedo (1999), (citado en GIRE, 2001) destaca la necesidad “de que las políticas de anticoncepción incorporen las representaciones y prácticas masculinas, con el fin de incluir el potencial de los hombres en las diversas formas de anticoncepción y modificar las actitudes de las mujeres que no acepten los aportes masculinos en la materia”. En el mismo sentido, señala Guevara Villaseñor (2000), es necesario “incorporar a los hombres en los programas de salud sexual y reproductiva, sobre todo si se reconoce la existencia de ‘relaciones que facilitan asumir ciertas prácticas de corresponsabilidad y otras que justifican delegar en las mujeres los costos y las obligaciones en la prevención de embarazos y en la resolución del aborto’” (citado en GIRE, 2001).

En América Latina cada vez existe un mayor reconocimiento de la importancia que tienen los varones en fenómenos ligados a la reproducción, como es el caso del aborto. Pero aún debe promoverse mucho más la investigación sobre el tema. La mejor comprensión del mismo podría contribuir, entre otras cosas, a instrumentar políticas públicas encaminadas a reducir, de manera sustancial, el costo que el aborto sigue teniendo para un gran número de mujeres latinoamericanas, al practicarse, las más de las veces, en condiciones inadecuadas.
 
 
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